PREMIOS SIMÓN BOLÍVAR 2007
Beca en Televisión al Periodismo joven
“Historia de un ex - sicario”
Por: Federico Benítez Gonzales
Por las buenas – Teleantioquia
Opinión
“quien hace una cosa en vista de otra, no quiere la cosa misma que hace sino aquella en vista de la que él la hace”
Sócrates
¿Sólo basta decir: PERDÓN?
Carlos Alberto Agudelo Hernández nació en Medellín, como todo hijo que ama a su mamá, soñaba con que ella viva bien. Su ilusión, regalarle una casa.
Pero Carlos se fue por el camino pérfido y, siendo muy joven empezó a delinquir con pandillas en su ciudad. Fue escolta de “Popeye” el jefe de sicarios de Pablo Escobar y atestiguó la muerte del ex ministro Rodrigo Lara Bonilla.
A sus 19 años estaba en la cárcel de Bellavista, allí cometió su primer crimen. En cuanto recobró su libertad, cayó en la prisión del alma. Matar gente se convirtió en el negocio que le traería “ganancias”. Por cada policía asesinado recibía un millón de pesos.
El miedo había pasado de ser una tembladera a una templanza. Previo a cada crimen se santiguaba con el revólver y al meter cada bala rezaba para que ninguna se pierda. De ahí que la vida de estas personas se desplaza por un hielo frágil, pues en cualquier momento se derrite y de la misma manera como dejó a sus víctimas quedarán ellos.
Por eso, al levantarse se sorprendía por despertar vivo y en las noches también, y se preguntaba ¿qué pasará mañana?
Consciente de sus riesgos, del sufrimiento causado a su mamá y de la ofensa a Dios con sus actos malévolos, cada día tenía que “trabajar”. Asesinar gente era como matar cualquier gallina y cuando no lo hacia se sentía incómodo.
Reconoce que tuvo valor para cometer esas atrocidades. Ahora cuando los años han marcado un recorrido oscuro en su vida dice haber cambiado. Lidera la fundación “Renovación por Colombia”. A través de ésta llama a los jóvenes a la reflexión y a esquivar el camino que él siguió.
¿Pero cómo creerle a una persona con un pasado tan atroz, tan ruin, tan perverso? ahora se arrepiente de tanto mal causado y pide perdón a Colombia por sus crímenes. Talvez el peso de sus años lo obliga a hacerlo. Pero, ¿con eso qué gana? ¿Acaso el dolor de perder un ser querido sólo porque alguien quiere ganarse unos pesos, se borra diciendo PERDÓN?
La vida es tan preciada que si se pierde no se recupera y el único con derecho a decir: no vivas más en la tierra es Dios. Ningún pecador tiene derecho a quitársela. Por eso Carlos, si de verdad reflexiona, al decir perdón, talvez sienta el doble de autoresentimiento que si se hubiese quedado callado, porque al analizarse carga el peso de haber dejado a cuentos hijos, esposas, mamás, hermanos sin un ser querido. Y, ¿él con la plata purifica su espíritu?
La manera para contribuirle a la sociedad no es arrepintiéndose por haberlo hecho, sino absteniéndose de hacerlo. Porque aunque haya lágrimas de contrición, siempre permanece el recuerdo de lo que un día fue.
Beca en Televisión al Periodismo joven
“Historia de un ex - sicario”
Por: Federico Benítez Gonzales
Por las buenas – Teleantioquia
Opinión
“quien hace una cosa en vista de otra, no quiere la cosa misma que hace sino aquella en vista de la que él la hace”
Sócrates
¿Sólo basta decir: PERDÓN?
Carlos Alberto Agudelo Hernández nació en Medellín, como todo hijo que ama a su mamá, soñaba con que ella viva bien. Su ilusión, regalarle una casa.
Pero Carlos se fue por el camino pérfido y, siendo muy joven empezó a delinquir con pandillas en su ciudad. Fue escolta de “Popeye” el jefe de sicarios de Pablo Escobar y atestiguó la muerte del ex ministro Rodrigo Lara Bonilla.
A sus 19 años estaba en la cárcel de Bellavista, allí cometió su primer crimen. En cuanto recobró su libertad, cayó en la prisión del alma. Matar gente se convirtió en el negocio que le traería “ganancias”. Por cada policía asesinado recibía un millón de pesos.
El miedo había pasado de ser una tembladera a una templanza. Previo a cada crimen se santiguaba con el revólver y al meter cada bala rezaba para que ninguna se pierda. De ahí que la vida de estas personas se desplaza por un hielo frágil, pues en cualquier momento se derrite y de la misma manera como dejó a sus víctimas quedarán ellos.
Por eso, al levantarse se sorprendía por despertar vivo y en las noches también, y se preguntaba ¿qué pasará mañana?
Consciente de sus riesgos, del sufrimiento causado a su mamá y de la ofensa a Dios con sus actos malévolos, cada día tenía que “trabajar”. Asesinar gente era como matar cualquier gallina y cuando no lo hacia se sentía incómodo.
Reconoce que tuvo valor para cometer esas atrocidades. Ahora cuando los años han marcado un recorrido oscuro en su vida dice haber cambiado. Lidera la fundación “Renovación por Colombia”. A través de ésta llama a los jóvenes a la reflexión y a esquivar el camino que él siguió.
¿Pero cómo creerle a una persona con un pasado tan atroz, tan ruin, tan perverso? ahora se arrepiente de tanto mal causado y pide perdón a Colombia por sus crímenes. Talvez el peso de sus años lo obliga a hacerlo. Pero, ¿con eso qué gana? ¿Acaso el dolor de perder un ser querido sólo porque alguien quiere ganarse unos pesos, se borra diciendo PERDÓN?
La vida es tan preciada que si se pierde no se recupera y el único con derecho a decir: no vivas más en la tierra es Dios. Ningún pecador tiene derecho a quitársela. Por eso Carlos, si de verdad reflexiona, al decir perdón, talvez sienta el doble de autoresentimiento que si se hubiese quedado callado, porque al analizarse carga el peso de haber dejado a cuentos hijos, esposas, mamás, hermanos sin un ser querido. Y, ¿él con la plata purifica su espíritu?
La manera para contribuirle a la sociedad no es arrepintiéndose por haberlo hecho, sino absteniéndose de hacerlo. Porque aunque haya lágrimas de contrición, siempre permanece el recuerdo de lo que un día fue.
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